Y te cuentan cómo él se transformó en árbol porque así lo deseó y se quedó plantado allí mirando la tierra en que nacían flores nuevas.
Fue refugio de conejo y colibrí y el viento le enseñó a qué saben, sí la miel y la resina silvestres y la lluvia lo bañó.
"Y mi felicidad" -decía para sus adentros- "eso... eso... sé que ahora la encontré eso... porque tengo todo el tiempo ya para mí ya no necesito más de nadie, toda la belleza de la vida es para mi".
Hablado: "Y un día pasaron por allí los ojos de una niña que le habían robado al Cielo el brillo de dos estrellas".
Y se estremecieron sus raíces.
Cuánto desconcierto de improviso dentro de él eso solamente siente el hombre sin la mujer y alargó sus ramas hacia ella.
Sintió que la felicidad no es nunca la mitad del infinito.
Luego, era el tiempo sol y luna, nube y música era el tiempo risa y llanto y entre tanto era un hombre que a la vida despertó.
Era como el tiempo que llenaba sus enormes solelades, esa parte verdadera que una fábula encantada esconde en sí para ser en auténtica.
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